Suelo ser de esas amantes que abrazan largo, tengo una piel cálida que, dadas las correctas circunstancias, comparto sin escatimar. Cuando necesitas escuchar una frase cálida, te diriges a mi extenso vocabulario y sacas algo de la biblioteca de los consuelos.
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Cuando veo que necesitas que te levante, voy corriendo sin pensarlo. Atravieso laberintos inimaginables, traspaso barreras, derroto villanos con armadura y llego hasta tí.
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Nada me frena.
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Soy la piedra bajo la cual te resguardas del sol y emerges fresco. Soy la lápida de tus secretos, soy tu depredador asociado, soy quien ama escuchar tus placeres ocultos y te abrazo. Lo sabes y te acurrucas haciéndote nudo con mi cintura, entre mis piernas, bajo mi pecho, oliendo el mismo aire que yo.
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Hoy me paro frente al espejo y me observo detenidamente. Veo una silueta conocida, pero me reconozco cansada. Siento que con el pasar de los tiempos (y los rescates a media noche) se me han ido formando surcos en la piel y en el alma. Prendo la luz, respiro profundo y veo mis ojos casi cerrados mientras trato de entender qué es lo que estoy viendo. De pronto no me reconozco. Sé que soy yo pero me admiro de no verme como siempre lo he hecho. Hoy me veo triste, derrotada, austera, pálida. Los brazos me cuelgan a lo largo del cuerpo. Mis pies parecen haber andado un largo y arduo camino.
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Si fueras a llamar hoy, no podría acudir a tu rescate. Las piernas no me dan, mucho menos el alma. Si quisieras verme hoy abrazándote mientras te protejo del mundo, solo encontrarías un esqueleto temeroso que pelea por no resquebrajarse bajo el empuje de tus olas. De pronto me he vuelto frágil. Me he vuelto sutilmente un refugiado más que busca techo.
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Miro en todas direcciones buscando quién me diga qué hacer. Respiro profundo. Trato de recobrar algo de fuerza al menos para enteder cómo es que llegué a este punto en donde pierdo la estafeta de capitán. No veo nada. No encuentro ayuda, no hay nadie alrededor.
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Con miedo apago la luz para no verme más, me tiro al suelo y con cierta desesperación trato de imaginar que pronto llegarás a salvarme. Aprieto los ojos con fuerza, grito tu nombre y otros tantos que no responden. La oscuridad abrumadora me aplasta contra el piso y el frío se me mete en cada célula haciéndome temblar. ¿Cómo llegué a este lugar? ¿Por qué no sé quién soy? ¿Por qué no me levanto, prendo la luz y me reconozco como la que siempre he sido? ¿Por qué hoy no acudo a tu eterno llamado y te abrazo como si todo fuera a estar bien?
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Todo va a estar bien.
Lo sé.
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Solo necesitaba recordar que yo a veces también pierdo batallas. Necesitaba verme en ese espejo y darme cuenta que hacer las cosas a destiempo tiene consecuencias. Necesitaba necesitarte. Necesitaba recordar cómo pedir ayuda. Necesitaba saber de qué lado me duele la tristeza. Necesitaba despilfarrar recursos innecesariamente para poder vaciarme de amor y luego volver a amar.
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Me levanto sacudiéndome el polvo de la ropa. Me aliso el cabello y limpio las lágrimas secas bajo mis ojos. Busco en silencio el apagador que devuelva la luz y lentamente me admiro frente al espejo. Doy un paso hacia adelante corroborando ser la que siempre he sido. Me doy la media vuelta y me voy a pensar. Me voy a esperar el siguiente llamado en el que pueda hacer uso de este don de reconfortarte el alma y ser el resguardo seguro de tus miedos.
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