Si amanezco con sueño, volteo, te miro, sonrío.
Las cocinas son el por qué de un hogar. Ahí sucede todo, ahí nacemos, crecemos, nos reproducimos y nos morimos. Ahí es donde nos educan, donde festejamos, donde lamentamos, ahí es donde hacemos el café de talega. Se tuesta y se muele el café, se hierve el agua y esta atraviesa la talega pintándose de súbito de un espeso color y una textura que quema hasta la lengua más puritana.
Café, de talega. Si de talega.
Acá te gritan talegón, si te cuelgan los huevos como talega, es decir, si eres huevón o flojito (para los espantados) o aguacatón, como dice mi padre. Si nos ponemos un poco más técnicos, el origen etimológico de el vocablo "talega" lee:
La palabra talega viene del arabe تعليقة ta'liqa (el hecho de que algo cuelgue) y este del verbo علّق 'allaq (colgar). En el árabe estándar تعليقة ta'liqa se llama a la nota a pie de página, porque es un comentario que "se le cuelga" al texto (similar al concepto de la palabra apéndice), y también en muchos sitios denomina al "colgante" de monedas que adorna la frente de la novia en los tocados de las bodas. El uso andalusí de تعليقة ta'liqa como "bolsa que cuelga del cinto" dio origen al español talega y ésta a sus derivados talego (menor que la talega), que en España en jerga se llamaba al billete de 1000 pesetas (se acabó este uso ahora con el euro) y también a la cárcel, y taleguilla que es el calzón de los toreros.
Este, es el café de talega. Cualquier rancho al pie de la Sierra de la Laguna te ofrecerá el mejor de todos, fresco en la mañanita y ligeramente requemado el de la tarde. Nada que pedirle al starbucks de la mega con cremitas y saborizantes.
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